LAS BIPO O SEA YO MISMA
DE UNA BIPOLAR
PARA USTED
MARGARITA
Y MARGOTH, MAS QUE AMIGAS HERMANAS, EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS.
NARRACIÓN
DE
GLADYS LAPORTE.
ABUELA
CUENTA CUENTOS Y MARQUESA DEL TOTUMO DE GUARENAS.
Verlo fue amarlo de
inmediato y él a mí. Sentí que lo había conocido desde hacía tiempo atrás. Era
como un familiar que volvía; no era una cosa, un objeto, era algo con vida
propia y que sabía mucho de mí. Daba
vueltas alrededor de él y lo iba abrazando por pedacitos, pues era tan
grande y ancho que no lo abarcaba de una sola vez.
Hacía como tres horas que lo habían traído y yo no salía de mi
embeleso. Fue mi abuelita quien me sacó de él diciéndome:
-Pipiola, busca la libreta del fiao y le dices al portugués que me
mande un frasquito de aceite Tres en Uno.
Me levanté inmediatamente de mi sitio de observación y salí disparada
para la bodega a hacer el mandado, en el camino me encontré con mi madrina
Begoña y le grité:
-¡Bendición madrina! ¡Ya lo trajeron! ¡Ya lo trajeron!- y seguí
corriendo.
-¿A quién trajeron? Muchacha loca ¿A quién?
Pero su voz se perdió en el viento y yo seguí en mi veloz carrera.
Cuando regresé, ya mi madrina estaba allí, observando con cara de
conocedora el hermoso mueble recién llegado a casa.
Con voz de experta decía:
-¡Hum! Encarnita se puso en la buena, este bicho es fino y de buena
madera. ¿Quién se lo vendió? ¿Sería de un muerto?
-¡Oh, no!- dijo mi abuelita- Era de Misia Lola Sotillo, se lo vendió en
ocho bolívares, porque se van a mudar para un apartamento y el bicho ése no les
cabe en el cuarto.
-¿Ocho bolos nada más?, pero si solo el espejo los vale. ¡Qué ganga!
Yo oía la conversación, pero no le prestaba mucha atención pues estaba
en la contemplación de mi hermoso escaparate.
Lo olfateaba, olía a gente fina, rica, tenía como un perfume embebido en la
madera. Era de caoba, estaba barnizado y tenía “tres cuerpos”- como decía mi
madrina- en la puerta del centro tenía un espejo biselado con dos ramitos de
flores en cada esquina. Mi abuelita le dijo a mi madrina:
-Lo voy a pulir con el aceite Tres en Uno, para que cuando Encarnita venga lo encuentre limpiecito y brillante. Por
ahí me quedó un pedacito de cobijita de la que estoy bordando. Luego se dirigió
a mí:
-¡Muchacha! Agarra ese trapo y pule allá abajo, ya estoy muy vieja y no me puedo agachar hasta ahí.
Agarré mi trapito y me puse a limpiar las patas del mueble, más que
limpiarlo lo acariciaba, lo sobaba, le daba la bienvenida. ¡Qué alegría tan
grande! Era la primera cosa de gran valor que entraba en mi casa y era como un
presagio de tiempos mejores.
Seguía admirando mi hermoso escaparate que era “de mujeres” ¡Bello de
verdad! Brillaba pulidito. ¡Parecía una joya! Así me encontró mi mamá mirándolo
con la boca abierta.
-¡Mira muchacha “boca abierta”! ¡Mucho cuidado con este espejo! ¡No me
lo vayas a quebrar! Porque si me lo quiebras, te mato a palos. ¡Oíste! ¡Te
mato!
Entre mi mamá, mi madrina, mi tío Tiberio y mi abuelita metieron el
escaparate para la sala; que era el cuarto principal de la casa y el más
bonito; el dormitorio de mi mamá. Una vez instalado, mamá, que cargaba las
llaves, lo abrió y ¡Oh! ¡Qué emoción! Me asomé y vi para arriba aquella
enorme “casa” de madera, inmensa, tan
alta que solo alcanzaba con mi brazo estirado hasta el tercer travesaño y el
techo era altísimo, ni que me montara en una silla, hubiera podido llegar a él.
Mi abuelita empezó a traer las ropas que estaban colgadas en un palo de
madera que cruzaba una esquina de la pared de su cuarto, pero mi mamá le dijo:
-Todavía no vamos a meter nada. Trae el agua bendita para bendecirlo y
pedirle a Dios que se lleve las malas influencias que pueda haber adquirido de
los dueños anteriores.
Mi abuela trajo el agua bendita y lo rociaron, rezamos, mi abuela prendió
una vela. Después de esta ceremonia mamá le dijo a abuelita:
-Ñota, aquí solo vamos a guardar la ropa de salir y la ropa de cama
fina, no “el trapero de andar”
-¡Claro, claro!-dijo mi abuela- y empezó a trasladar ropa, para que mi
mamá fuera escogiendo.
Guardó sus vestidos finos y los vestidos nuevos de mi abuela, la ropa
de navidad mía y la de mi hermanita. También guardó las sábanas nuevas y un
mantel bordado. Mi abuela le pasó dos toallas y un cubrecama que le había
tejido Nine, que tenía guardados en el baúl. En la parte de arriba, mamá puso
dos cajas, una con los documentos y otra con los recibos viejos y nuevos;
también guardó una alcancía donde tenía los ahorros, que era un cochinito de
cerámica..
Mi abuelita le pasó una caja llena de fotos de nuestros familiares,
pero mi mamá se la devolvió diciéndole:
-¡Fó, Ñota! Esa caja no, tiene huevos de cucaracha, me va a cundir el
escaparate, además huele muy feo a nectalina.
Mi abuela volvió a guardar su cajita en el baúl junto a su perolera
hedionda a nectalina enseguida le dijo a mamá:
-¿Sabes Encarnación? Mandé a
pedir un frasco de Tres en Uno a la bodega, para pulir el escaparate y Juan me
lo anotó en la libreta del fiao.
-¡Ay mamá! Ya te he dicho que no mandes a pedir fiao a casa del
portugués, sin mi autorización, porque después se me monta “un mono” que no
hallo como bajármelo. ¿Cuánto costó?
-Dos cincuenta- contestó mi abuela-
-¿Tanto? No embrome mamá, eso es lo que cuesta un kilo de carne.
-¡Ay mija! Pero no te impacientes que cuando Paúl me dé yo te lo pago,
es que quería que vieras el escaparate bien bonito.
-Está bien mamá, no te preocupes, pero para la próxima le pones vinagre
con aceite de linaza y queda igualito ¡Vamos a oír la novela que esta noche
habla Don Rafael!
No me daban permiso para salir a jugar a la calle con los niños
vecinos, porque las niñas decentes no
andaban jugando en la calle y menos de noche. Además qué iba a hacer en la calle, no tenía muchos amigos y
había pocos niños de mi edad, estábamos recién mudados a la casa nueva y todos
mis amigos se habían quedado en la casa
vieja en Los Rosales.
-¡Ah pues! ¡Para qué había llegado mi escaparate! Me sentía muy sola en esta casa y muy extraña en la calle, no conocía a casi nadie.
-¡Ah pues! ¡Para qué había llegado mi escaparate! Me sentía muy sola en esta casa y muy extraña en la calle, no conocía a casi nadie.
Fue así como comenzó mi relación con Margarita, una amiguita que
encontré viviendo dentro del ropero. Todo ocurrió aquella noche en que me quedé
“sola” en la sala admirando el
escaparate. Estábamos los dos completamente solos, me acerqué y comencé a darle
besos hasta donde alcanzaba, lo saludaba y le daba la bienvenida a mi vida y a
mi soledad. Nunca antes me había visto de cuerpo entero en un espejo.
Durante toda la tarde le había sacado el cuerpo al vidrio ya que intuía
que había algo mágico en él. Poco a poco me fui acercando y me asomé al espejo. Vi hacia adentro y
observé una enorme sala comedor con muebles de caoba, vitrinas, sillas y
adornos y una enorme araña de cristal, al fondo una escalera blanca con una
alfombra verde y barandales de hierro forjado y en el centro del descansillo
una estatua blanca y una palmera
natural, se partía en dos direcciones y debajo estaban unas sillas y jarrones
con flores. Me aparté jadeante y no le dije nada a nadie, porque siempre me
estaban pegando por embustera, estaba muerta de miedo. ¿Cómo iba a decir que había
visto todo eso dentro de un espejo? Me volví a acercar y me asomé. Poco a
poco fui viendo hacia adentro, ya no vi
nada, me tranquilicé y me paré frente al espejo y fue entonces cuando me di
cuenta que justo frente a mí, estaba una niña que me miraba fijamente, con los
ojos tan abiertos y asombrados como los míos. Me eché un poco hacia atrás y la
niña también. Estaba haciendo pucheros, con ganas de llorar como yo, le saqué
la lengua y ella también me la sacó, entonces ambas nos reímos. Me acerqué para
tocarla y ella hizo lo mismo extendiendo sus manitas hacia mí, pegué las manos
del espejo y ambas retrocedimos
espantadas, seguro me sintió tan dura y fría como yo a ella. Levanté la pierna
derecha y ella levantó la otra, después la izquierda y ella hizo lo mismo. Me
doblé de la risa y ella también. Me di
cuenta que el vestido y los zapatos eran iguales a los míos y el corte de pelo
lo usaba como yo. En ese momento le puse mi segundo nombre: Margarita o
Margoth, como se llamó después a medida que creció conmigo. Margarita fue más que mi amiga, mi alma
gemela, mi otro yo, mi conciencia, mi alter ego; que se yo que era Margarita
para mí. Lo que se es que nos amábamos mucho y aún hoy nos amamos. Sobre todo
porque si es verdad que Margarita me echó vaina yo también le eché. Aún Margoth
es mi paño de lágrimas. La tengo retratada en mi computadora y siempre le hablo
con cariño y ella contesta a mis
preguntas: ¡No te rindas!
Fui una niña triste por naturaleza, introvertida, de mente
catastrófica. Hoy según dice mi psiquiatra pertenezco al tipo
melancólico-maníaco –depresivo y que padezco de trastorno bipolar. ¡Guá! ¡Ah!
Pero él no sabe nada de Margarita quien a veces se pasa para mi cuerpo y se
posesiona de él. A veces va a la consulta por mí y le cuenta chistes al doctor
creo que él no se ha dado cuenta de nada.
No hubo niña más tremenda, activa y bochinchera, más alegre que
Margarita, pero nadie sabía eso, era yo quien corría con la suerte de ser la
niña más popular del barrio y de la escuela y la que llevaba palos, porque las
tremenduras que Margarita hacía las pagaba yo.
“Este es un caso de doble personalidad”-diría el psiquiatra-
Pero, ¿qué sabe él? Si pudiera conocer a Margarita no diría eso.
Después de mi primera experiencia con la niña del espejo, me fui a
acostar y empecé a contarle un cuento a mi abuela:
-Abuela, había una vez una niña que vivía en un escaparate...
-¡Hum! ¡Muchacha duérmete! Que el cuento te lo voy a contar yo cuando
mañana te estés durmiendo en la escuela.
Fue lo último que oí esa noche A la mañana siguiente me vestí con mi
uniforme nuevo y me fui para mi nueva escuela, al primer grado “B” porque me
habían aplazado en el primer grado “A” en la otra escuela y como ya estaba muy
grande me cambiaron a mitad de año.
Mi abuela me llevó de la mano y me tuvo que meter al salón a rastras,
no quería ir para esa escuela tan fea. Parecía un taller o un mercado. No era
bonita como mi primera escuela. Cuando mi abuela se dio media vuelta y la
maestra se descuidó, me salí del salón y me fui llorando para mi casa. Como a
las ocho de la mañana ya estaba de regreso en mi hogar. Cuando mi abuelita me
vio casi le da un soponcio:
-¡Muchacha! ¿Cómo te viniste sola de esa escuela? ¿Y si te hubieras
perdido? ¡Ay, no que va! ¡Esta niña es insoportable! Cuando tu mamá lo sepa no
se que va a pasar. ¡Por eso es que llevas palo, por disposicionera! Estaba
segura de lo que me esperaba. Pero ¿Cómo me iban a obligar a ir para esa
escuela tan fea?
Me quité mi guardapolvo blanco, los zapatos y las medias y me coloqué
la ropita de andar. Me puse a barrer y a tratar de hacer algo en la casa,
rezándole a Dios para que mi mamá no supiera lo que había hecho.
Después que terminé me fui para la sala a mirar el escaparate y fue
cuando se me ocurrió contarle a Margarita cuanto me había ocurrido ese día.
La niña me consoló y me dijo:
-Cuando no quieras ir para la escuela te acercas al espejo y yo paso a
ti, mientras tú te quedas en mi
casa, yo voy.
Así lo hicimos. Cuántas veces me quedé en la casa del espejo, que era inmensa,
paseé por sus corredores y revisé cada cuarto, entraba a la biblioteca y veía
los libros, corría por los jardines, patios y terrenos de la hacienda donde se
hallaba ubicada. Veía a la familia, a los criados, a los trabajadores, pasaba
por el lado de ellos, pero ninguno podía verme. No volví a la escuela porque no
me gustaba. Margarita iba por mí casi todo el año, pero ¿Qué pasaba? Que a
Margarita le daban miedo los exámenes y entonces el día de la prueba no había
forma que saliera del espejo y se cambiara conmigo, entonces tenía que
presentarme en la escuela y como era de esperar me “raspaban” porque no sabía
nada. Con el tiempo aprendí a jugarle “kikirigüiqui” y no le decía el día que
había examen. Se veía obligada a
presentar la prueba y sacaba buena nota. Ni mi mamá ni mi maestra se explicaban
por qué yo sacaba cien puntos en unas materias y treinta en otras.
Ese día, el primero de la nueva escuela, mi mamá con cara de secreto,
le dijo a mi abuela:
-Ñota, ¡Cayó el gobierno! Mataron a Chalbaud, no sabemos lo que va a
pasar.
Yo no sabía quien era Chalbaud,( el pueblo decía Chalbó) pero esa tarde
estuvo gris y triste, era trece de noviembre de mil novecientos cincuenta, en
todo el día se presentía como un susto, más allá del que yo tenía.
-¡Bueno!- dije yo- ¡gracias señor chalbó! Por que me libró de una
tremenda paliza y me sonreía pícara con Margarita. Esa misma noche mataron al
general Rafael Simón Urbina. Yo no sabía quienes eran Chalbó ni Urbina, pero lo
cierto es que este suceso fue trascendental en nuestras vidas, pues en esos
días llegó la
Seguridad Nacional a nuestra casa y la allanó, cambiando por
completo nuestra existencia, pero esto es harina de otro costal, no me voy a
extender en este hecho, porque pertenece a otro relato, pero hago mención,
porque días antes de este acontecimiento trágico, había tenido un desasosiego,
un presentimiento- como decía mi abuela- a mi me daban cada veintiocho días con el paso de la luna
unas tristezas, una nostalgia, una melancolía; en esos días cuando me metí al
escaparate a hablar con Margarita ella me dijo:
-Márgara, prepárate que vienen días muy duros para ti y tu familia.
Está escrito que pase y nadie puede impedirlo, todos conservarán la vida y saldrán bien de esto. Siempre que tengas
miedo ven aquí, podrás esconderte en mi casa y nadie te encontrará, porque te
harás invisible.
A raíz de los sucesos que acaecieron me convertí en niña clandestina y
fue cuando nacieron mis miedos, sufrí de manía persecutoria y de otras vainas
que inventó Freud, para joderme. Cuando tenía pesadillas y en ellas era
perseguida por tigres, leones, un
ejército entero, la policía, un montón de pollos, en los lugares más insólitos,
en la calle, en el desierto, en el patio de mi casa, aparecía el escaparate, me
metía en él y me salvaba. Hoy en día, despierta, ante una situación embarazosa,
me meto en mi escaparate virtual y me siento a salvo.
Me pregunto a veces, ¿por qué a tan corta edad yo me daba cuenta de
todo? Parecía que había vivido mucho, internalizaba mis desconsuelos y sufría
el rechazo y el desprecio de mi madre. No se si todos los niños se den cuenta
de eso. Una vez mi madrina Begoña me dijo que yo no era hija de mi mamá; sino
que me había recogido en un basurero en una quebrada de Los Mecedores en La Pastora. Mi alma llegó
al fondo del barranco, creí que era cierto aquello, pues sentía que mi mamá no
me quería lo suficiente, odié a mi madrina. ¿Qué necesidad tenía ella de
decirme una cosa como esa? Sembró la duda en mi alma y como mamá me maltrataba
tanto, yo me sentía como una niña huérfana abandonada de cariño materno. Fue mi
abuela quien intentó llenar esa laguna en mi vida. Me vio llorando con ese
dolor tan grande, de una niña de siete años, sufrimiento que rebasaba mi
estatura y se salía del cuerpo, un aura de dolencia y soledad que me acompaña
perennemente. Mi abuelita me dijo que no le hiciera caso a las bromas de mi
madrina, que eso no era verdad. Pero ya el mal estaba hecho.
Me metí a la sala y me fui a pasear con Margarita por el mundo del
ensueño.
Esa tarde viajamos a la
India , llegamos a una ciudad sucia, sin cloacas, recuerdo el
olor a barro podrido de las aguas que corrían por las cunetas de las calles,
andábamos por una calle llena de gente, era como un mercado, pues había
tenderetes, de toldos multicolores con puestos de mercancía, las mujeres
vestían con trajes largos y mantos en la cabeza, algunos hombres usaban
turbantes, casi todas las ropas eran color naranja; vendían animales, ollas,
tapices, verduras, libros, todo en una
mezcolanza y aquel olor a agua podrida que se me metía por la nariz y me
asfixiaba. También vi bicicletas con un
carrito detrás para que se sentara la gente y adelante iba el
conductor.
De pronto sentí que me arrastraron por la blusa al interior de una
tienda, entré de espaldas y me costó unos minutos adaptarme a la oscuridad del
lugar pues estaba encandilada con el reverberante sol colorado de afuera. Por
fin volteé y pude ver a la persona que me había introducido a la tienda. Era un
hombre alto, buenmozo, color canela, tenía barba y bigotes, usaba un turbante
color crema y una sotana anaranjada, su mirada era dulce y serena, tenía los
ojos grandes rasgados y tristes, provocaba quererlo. Yo creía que era Jesús. Me
dijo:
-Soy tu darma, el único propósito que tienes ahora es ser feliz y
próspera.
Me hizo un gesto con la mano para que viera detrás de él, a tres
fakires que no tenían manos ni antebrazos. Entonces le pregunté:
-¿Quiénes son esos?
-Esos son tus tres karmas de vidas anteriores. Este es tu cuarto
regreso.
-¿Y por que son mochos?
-¡Ah! Porque tú negaste las caricias a tus seres amados, ahora en esta
existencia las caricias te serán negadas. Al tu dar caricias recibirás golpes,
si logras superar esto a tus karmas le crecerán las manos.
-¿Cómo podré ser feliz como dices, si no me dan caricias?
Porque en esta existencia vas a dar caricias a muchas personas, pero no
las recibirás de ellas, solo dando caricias lograrás ser feliz cuando seas
mayor.
Todos los días cuando llegábamos de la escuela, a veces Margarita a
veces yo, me sentaba delante del espejo para hacer las tareas, conversaba con
mi amiguita o me iba a pasear con ella.
Muchas tardes me dormí frente al espejo. Mi abuelita me encontraba dormida en el piso y entonces
metía una almohada bajo mi cabeza, me
arropaba con una sábana y me dejaba dormir tranquila. Cuando despertaba me
regañaba y me decía que me iba a volver loca por estar hablando con el espejo y
que iba a agarrar frío en los huesos por estar durmiendo en el “suelo pelao”.
Margarita era y tenía todo lo que yo soñaba en ese tiempo: era
disciplinada, muy bonita, alegre y dicharachera, leía muy bien, tenía una casa
muy bella, padre y madre ricos y que yo pensaba que la querían mucho, juguetes
a montón y un hermoso piano de cola. A veces hacía que me sentara con ella y
trataba de enseñarme a tocar una pieza.
De vez en cuando veía a sus familiares que atravesaban un cuarto o
subían una escalera, pero ellos no podían verme, Margarita me decía que estábamos
en dimensiones diferentes.
Cuando quebré el espejo tenía como nueve años, estaba barriendo y el
palo de la escoba cayó sobre él. Mi mamá
casi me mata de la paliza que me dio. Mi abuelita me bañó con salmuera y me dio
a beber agua de cogollo de mango para sacarme los golpes y acomodó los dos
trozos de espejo con unas hojas grandes de almanaque y engrudo para
sostenerlos al cartón. Solo podía ver la
mitad de mi amiga y de su casa, de la cintura para arriba y de las rodillas
para abajo, pero así y todo conversábamos.
Para el diciembre siguiente mi mamá mandó a montarle un espejo nuevo al
escaparate, pero no era de la misma calidad que el antiguo, cuando uno se veía,
la figura parecía que se movía, como esos espejos que había en el Coney Island.
Mi madrina Begoña decía que tenía un defecto en el azogue, que era barato y eso
que había costado ocho bolívares, lo mismo que el escaparate hacía dos años ya.
A pesar de todo Margarita y yo “gozábamos un puyero” haciendo caras raras y
morisquetas.
Las dos inventábamos maldades para hacerles a los otros niños y también
elaborábamos chismes para ver a la gente peleando. Pero las maldades se le
ocurrían a Margarita y yo las ejecutaba. Una vez le di un Alkaseltzer a un niño
y le dije que se lo chupara y se tirara en el suelo, entonces empecé a gritar
que Roberto tenía un ataque de mal de rabia y los vecinos salieron corriendo a
auxiliar al muchachito, que le salía espuma por la boca. Nosotras nos moríamos
de risa ante el espejo. Un día me pinté la boca con la pintura de mi mamá y me
limpié los labios en el pañuelo de mi papá, cuando mamá fue a lavar el pañuelo
se armó el gran zaperoco, por culpa de Margarita que me dijo que inventara eso.
Asustada se lo confesé al cura quien me regañó y me dijo que no lo hiciera más.
Cuando llegó el día de hacer la primera comunión mamá me llamó y me
dijo:
-Niña, vas a tener que comulgar con tu uniforme de escuela, pues no
tenemos plata para comprarte ropa nueva. Lloré mucho frente al espejo y
Margarita me consoló diciéndome:
-Eso no importa, lo maravilloso es recibir a Jesucristo en nuestro
corazón. Yo te puedo dar un vestido de los míos, pero ¿Cómo hacemos? Al
atravesar el espejo se desvanecerá por el tiempo que tiene, pero acepta
contenta lo que te den.
Mi abuelita me trajo un uniforme del Colegio Teresiano, que le regaló
la señora Celmira; era de una de sus hijas;
una bata blanca de piqué, con alforzas a los lados y las mangas largas,
mi abuela la blanqueó con lejía de cenizas de tizón y la almidonó con bórax, me
compraron dos metros de cinta azul ancha, para
hacerme un lazo en la cintura y una medalla de La Milagrosa para ponérmela
en el pecho, mi tío Eloy me regaló los zapatos y mi madrina las medias y las
pantaletas nuevas. Mi mamá me compró un librito de nácar y la vela, mi abuela
me regaló una boina y unos guantes blancos, sinceramente estaba muy contenta y
todos los días en la tarde, a escondidas me ponía mi ropa de comunión frente al
espejo. Margarita me decía que iba a ser la niña mas linda del colegio, porque
parecía una hija de María. Se acercaba el dichoso día y nos fuimos a la escuela
a hacer el retiro por tres días, pasábamos desde la siete de la mañana hasta
las cinco de la tarde preparándonos con ayuno y oración, para recibir la
comunión, no podíamos hablar al regresar, ni comer demasiado; solo pan,
mantequilla y leche, al mediodía nos daban un abundante almuerzo en la escuela.
La mañana antes de comulgar no se podía comer nada hasta una hora después de
haber comulgado. Mi abuela me bañó muy bien esa tarde anterior y me peinaron
los crespos, me acostaron temprano y me levantaron a las seis de la mañana pues
la misa era a las siete. Cuando entré a la sala vi aquel hermoso vestido como
de novia sobre la cama, pensé que estaba en una de mis ensoñaciones. Mi mamá y
mi abuela me vistieron con aquel traje de organza bordada, con faralaos y alforzas,
una bolsita para las monedas, una corona de flores y un velo de tul ilusión,
otras medias , otro par de zapatos, otro libro de nácar, un rosario , otra
vela, dos pañuelos. No salía de mi asombro, pero no podía hablar estaba en
ayuno de comida y de palabra, calladamente acepté que me vistieran como una
princesa. Fui a verme al espejo para que
Margarita me viera, pero ¡Oh sorpresa! Ella estaba vestida igualita a mí, salió
del espejo y se fue conmigo a hacer su primera comunión.
Después supe que mi papá (quien estaba huyendo dela Seguridad Nacional ,
escondido en un cerro en Guarenas) se enteró a través de sus amigos que mi mamá
no tenía para comprarme el vestido, entonces le envió la plata y justo tres
días antes, la amiga de mi mamá llamada
Guillermina; que era costurera, hizo mi vestido y mi padrino Paúl, me había
mandado el otro juego de complementos del traje. La vida para mí ha sido un
continuo milagro todo me ha sido dado; por eso me da pena que me diera esta
depresión tan fuerte ahora después de vieja, cuando aparentemente no tengo nada
por qué estar triste. A medida que fui creciendo más confidencias le hacía a mi
amiga del espejo, cuando estaba triste me ponía a llorar y entonces Margarita
me consolaba y me pasaba para su casa y nos íbamos a pasear por el mundo. Me
gustaba mucho ir a Sevilla y entraba a las Cuevas del Sacromonte y bailaba
flamenco en un tablao, oía perfectamente al cantaor y al guitarrista, el
zapateo, sentía el olor del sudor de los gitanos que era como pimienta, olor de
chorizos y perfume de claveles. Esto era tan real tan vívido que cuando
traspasaba el espejo estaba segura que realmente había estado en esos lugares,
pero ni loca hubiera contado esto a alguien. Me bastaba con lo que me ocurría
en la vida diaria, para estarme buscando más problemas. A veces tengo un sueño
recurrente: que estoy de visita en la casa de Margarita, se que he estado allí,
reconozco cada uno de los lugares.
Después supe que mi papá (quien estaba huyendo de
Llegué a robarme una llave del escaparate y cuando me quedaba sola en
la casa, me metía dentro y allí rezaba, hablaba con Margarita y me dormía.
Margarita y yo éramos muy enamoradas, comenzamos a enamorarnos a los
siete años y medio. Hubo un niño que fue mi primer amor de la infancia, se
llamaba Pedro Badilla, era colombiano y tan bello que ese año lo eligieron
príncipe de los carnavales en la escuela nueva. Margarita a veces se enamoraba de los mismos muchachos
que yo.
Era la única forma que a mi me gustaba ir a la escuela; para ver al
niño. Entonces empecé a retirarme del espejo y no me cambiaba tan seguido y
empecé a sentir, amor, celos y envidia. Margarita era una viva, cuando se
pasaba para mi cuerpo a veces permanecía hasta cuatro días y no se acercaba al
espejo, como ella era más arriesgada que yo, atacaba al muchachito y él le
correspondía , pero cuando me acercaba yo, él ni me volteaba a ver, estaba
enamorada sola.
Margarita me contaba en el escaparate que Badilla le había regalado un lápiz, que el otro día había
escrito su nombre en un cuaderno, que en la fila del recreo le había tomado la
mano, ella me iba contando su amor y yo era la que sufría la pena del desamor. Ese
año salí electa la reina de mi salón, me sentía bella. Pero como siempre mi
madrina Begoña me dijo:
-Te eligieron reina, no porque seas bonita, sino porque la maestra sabe
que tu mamá puede comprarte el vestido.
Pero a mi no me importó eso, era reina porque los niños de mi salón
habían votado por mi alzando sus manitas y una niña anotaba rayitas en el
pizarrón al lado del nombre de las candidatas y yo gané. Estoy segura que fui
yo, no Margarita.
En mis experiencias sexuales ( en este tiempo no sabía esto) soñaba que
iba por el bosque paseando con Badilla, entonces apreciaba una sensación
extraña en mi cuerpo, un calor, un peso en mi vientre, un sofocón, una angustia
dulce y tierna, sentía que me estaba muriendo, que iba cayendo por un túnel,
como el de Alicia en el País de Las Maravillas y al fin cuando me despertaba,
me había orinado en la cama, pero sabía que no era yo, era Margarita; pero era
yo, quien tenía que lavar las sábanas y las cobijas y poner a asolear el colchón,
calarme los regaños de mamá que oían
todos los vecinos. Creo que Margarita a esa edad tenía un orgasmo.
A los trece años me enamoré de Pedro Peñón, el primer amor de mi
adolescencia y a quien nunca he podido olvidar; ni quiero hacerlo. Era flaca,
oscurita y larga como “una vara e puyá locos” pero me vestía a escondidas con la ropa de mi
mamá, me pintaba los labios, me arreglaba el pelo y me paraba frente al espejo
quien reflejaba a la muchacha más hermosa del mundo. ¡Que bella fue la
experiencia del conocimiento del amor correspondido en mi vida! Esta época la
revivo cada vez que me siento “no amada” entonces recuerdo que fui amada y amé.
También me enamoré de Pablo López y de Ronaldo, me amaron y los amé. En
el escaparate viví mis amores, me veía en el espejo vestida de novia, bajando
por la escalera de la casa de Margarita y del brazo de mi papá, que me llevaba
al altar, pero no veía al novio pues éste estaba en una urna muerto y en el
velorio yo bajaba a llorar desconsoladamente.
Creo que si me hubiera casado más joven, me hubiera quedado viuda, pues
muchos de los amores de mi juventud pasaron a mejor vida, se que me amaron
porque vinieron a despedirse de mí. Pablo. Ernesto, José, Chuá Chuá. Fue por
estos tiempos en que decidí que no me casaría y el destino me llevó al
convento. Creo firmemente en que todo está escrito, podemos hacer algo para
suavizarlo, pero se cumple inexorablemente esto me viene de mi alma
gitana; lo llevo por dentro.
Ya estaba en el liceo y me volví comunista, quería cambiar al mundo. En mil novecientos sesenta participé con un grupo de liceístas y universitarios que le quitamos la corona que iba a colocar Nixon ante la estatua del Libertador yo les tiré la bandera de los Estados Unidos a los estudiantes y la volvieron añicos junto a la corona de flores. Llegué a ser una guerrillera urbana.
Ya estaba en el liceo y me volví comunista, quería cambiar al mundo. En mil novecientos sesenta participé con un grupo de liceístas y universitarios que le quitamos la corona que iba a colocar Nixon ante la estatua del Libertador yo les tiré la bandera de los Estados Unidos a los estudiantes y la volvieron añicos junto a la corona de flores. Llegué a ser una guerrillera urbana.
A los quince años, una tarde en que me metí en el escaparate, el piso
del mismo cedió ante mi peso y mi pie cayó como en una gaveta, un compartimiento
secreto del armario, cuando traté de sacar el pie, se encerró la pierna entre
las astillas de la madera, entonces me senté y traté de levantarlas una a una cuidadosamente, para que no me hirieran
la piel, metí la mano para ayudar mi
pie, cuando toqué una cosa suave, blanda, húmeda, fui tanteando alrededor y logré sacar a aquella cosa, que era una
caja de cuero, como un cofre, pude sacar el pie y me quedé sentada en la orilla
de la puerta, con aquello en las manos, mi corazón estaba encogido, saltaba y
volvía a encogerse, una especie de pavor, audacia, curiosidad, ese montón de
sentimientos juntos que nunca he podido definir, que se me trepan al estómago,
me asfixian, se forma una bola de fuego, que se me sube por la espina, llega al
cerebro y me paraliza se me pone todo negro y pierdo el conocimiento por unos
segundos. Luego baja lentamente y es como si un sapo saltarín se quedara en mi
barriga y es cuando me provoca salir corriendo y gritando. Una vez le conté
esto a Margarita quien me dijo:
-Es la pavura, a mi me pasa lo mismo cuando está por sucederme algo
importante.
Al fin pude ponerme en pie, cerré la puerta del escaparate, me asomé al
espejo y llamé a Margarita y le enseñé lo que había encontrado: un diario
escrito en portugués y un atadito de cartas viejas amarradas con una cinta azul
desvaída; nos sentamos en mi cama; ya el escaparate había pasado a ser de mi
propiedad, pues mamá lo pasó para el cuarto de las niñas el día que cumplí
quince años. Las dos, Margarita y yo decidimos dejar la lectura de los papeles
para más adelante cuando estuviéramos más grandes.
Gladys Laporte.
GRACIAS DOY A MI DIOS AMADO POR HABERME HECHO BIPOLAR
Guarenas, 15 de julio de 2009
Ciudadanos:
Casa Nacional de Las
Artes y Las Letras
Andrés Bello y
Fundación Aguas de Mayo
Coordinación de Promoción y Eventos
Caracas
Estimados ciudadanos
organizadores del Concurso.
Reciban mi cordial
saludo.
Anexa a la
presente comunicación le estoy enviando el original de mi obra: “DE UNA BIPOLAR PARA UD” en físico, 09
nueve cuartillas impresas, en papel bond tamaño carta, en castellano, inédita. Para participar en el III CONCURSO NACIONAL DE LITERATURA. (Para pacientes psiquiátricos). “LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN”, que
promueve esa digna Casa cultural.
Quedo
de Uds.
Atentamente,
Gladys M. Laporte de Villegas.
Abuela Cuenta Cuentos
Marquesa del Totumo de Guarenas
CON ESTE CUENTO GANÉ EL PRIMER PREMIO EN ESTE CONCURSO
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